(Ponencia presentada en el seminario virtual Trabajo y Desigualdades de género en el contexto de COVID19 organizado por el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir y El Colegio de México, 24 y 25 junio 2020)
Agradezco a Christian Mendoza por su apoyo y su disposición para pensar conmigo.
La crisis que enfrentamos en este momento tarde o temprano terminará. Eso es un hecho y es parte de la definición misma de crisis: se trata de un acontecimiento temporal que después será absorbido en nuevas rutinas y acomodos, una “nueva normalidad” que justamente hace referencia a la forma en que la crisis dejará de ser crisis, dando lugar a un mundo diferente. Esto es un hecho, de tal forma que al hablar del COVID 19 como un evento que dará lugar a un nuevo acomodo de las cosas no estamos hablando de una mera esperanza o un mero deseo de transformación: estamos afirmando que, en tanto crisis, la pandemia ha creado ya, de facto, una configuración distinta de nuestros mundos cotidianos y de nuestras economías.
Precisamente porque esto es inevitable es que debemos preguntarnos a quiénes afectará esta crisis, y quiénes serán beneficiados por ella. No es verdad que de esta crisis todos saldremos perdiendo: habrá para quien esto sea benéfico, habrá quien tenga los medios para usar el momento presente a su favor: para incrementar la explotación de miles de personas, acumular riquezas, modificar leyes y debilitar los derechos de la ciudadanía. Esto no es ninguna novedad, un repaso de la historia y de crisis mundiales como la de 2008 nos muestra que no es verdad que las crisis afectan a todo el mundo. Y no estoy diciendo simplemente que no afectan a todo el mundo de la misma forma, sino que no afectan a todo el mundo; que, por increíble que nos parezca, hay quienes se benefician, quienes se enriquecen, y quienes ganan poder para reafirmar sus intereses.
En este contexto, si queremos hacer por lo menos un contrapeso a esos intereses, es necesario que avancemos en el pensamiento y articulación de demandas para que, quizás esta vez, la crisis sí beneficie a una mayoría. Frente a esta tarea la economía feminista como un marco intelectual y político tiene mucho qué ofrecer. En los minutos que me quedan presentaré solamente tres puntos que pueden ser útiles para el debate y la reflexión:
I. ¿Qué economía feminista necesitamos en este momento?
El primero de ellos es la pregunta sobre qué economía feminista necesitamos en este momento. Que es preguntarnos también, de alguna manera, qué feminismo necesitamos. Si bien la respuesta depende de diversas articulaciones, lo que en este momento me gustaría resaltar es que la economía feminista urgente en nuestra realidad es la que se ha dado cuenta de los límites transformadores de una economía feminista dicotómica que sólo analiza las desigualdades en términos comparativos entre hombres y mujeres. Una economía feminista que tiene como principal objetivo que las mujeres participen en igualdad de condiciones con respecto a los varones en el sistema económico es insuficiente y ciega a las demandas de radicalidad, y a las exclusiones que paradójicamente resultan de ese tipo de discursos sobre la inclusión.
En un país como México, en donde tanto hombres como mujeres ven vulnerados sus derechos económicos todos los días, es inconcebible que la demanda del feminismo sea la igualdad y el análisis de brechas de mujeres con respecto a los hombres. Necesitamos un feminismo que provea un marco de análisis y de lucha capaz de crear horizontes sociales más justos para todas las personas y, principalmente, para las personas que en estos momentos se encuentran en situaciones de mayor opresión: mujeres, sí, pero no todas y no todas de la misma manera. Tenemos que pensar en las mujeres no como un grupo homogéneo, sino en las múltiples maneras en que las mujeres enfrentan opresiones por su condición de género, raza, clase y orientación sexual.
Esto quiere decir que una economía feminista dicotómica que piensa todo en términos hombres/mujeres es incapaz de incluir estas otras dimensiones de diferencia. Esto quiere decir que una economía feminista transformadora debe ser no sólo antipatriarcal, sino también antiracista, y anticapitalista. Esto quiere decir, por ejemplo, que en estos momentos quizás sea más relevante preguntarnos sobre el salario mínimo de la población trabajadora que sobre la brecha salarial entre hombres y mujeres, o sobre la falta de agua en Ayutla que sobre el techo de cristal. No estoy diciendo que debemos abandonar unos temas para hablar de otros; estoy diciendo que la ausencia de ciertos temas en la economía feminista y el posicionamiento de otros ha tenido consecuencias sobre las posibilidades que creamos y las demandas que somos capaces de articular.
II Reconocer y reposicionar prácticas de economía comunitaria
El segundo de los puntos, en consonancia con estas reflexiones de economía feminista transformadora, es pensar en los numerosos actores que intervienen en la economía y buscar intervenir en todos ellos. Con esto quiero decir que, aunque el Estado y las políticas públicas son relevantes para garantizar el acceso a los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales, también quiero decir que el Estado y las políticas públicas no pueden ser el único actor con el que dialoguemos, ni el lenguaje del mercado el que usemos como parámetro para medir la supuesta igualdad o autonomía de las mujeres, enfocándonos únicamente en nuestro reconocimiento como agentes de la economía que producen y consumen.
Además de relacionarnos de forma crítica con el Estado y el mercado, la articulación de demandas de la economía feminista debe pasar también por la comunidad, por entender las prácticas económicas comunitarias como un lugar desde el que podemos aprender nuevas reflexiones sobre la economía en tanto práctica social llena de significados y orientaciones distintas a la acumulación y la búsqueda del beneficio privado. Por ejemplo, en estos meses de crisis económica he estado participando en una investigación exploratoria que se pregunta cómo sobreviven las personas en contextos de precariedad, y ante la pérdida o disminución del ingreso de muchas familias. En México una respuesta muy importante a esta pregunta es la comunidad: como parte del repertorio de estrategias económicas de las mexicanas se encuentra la conformación de redes informales, de parentesco, amistad, afinidad religiosa, territorial, entre otras, que tienen como objetivo mantener la vida de forma comunitaria. Lo que en economía ortodoxa se conoce como transferencias económicas de un hogar a otro, pero que yo aquí planteo que pueden ser entendidas fuera de esos marcos si somos cuidadosas del valor epistemológico que esas experiencias aportan.
En estos momentos son muchísimos los casos de personas mexicanas que están ayudando económicamente a alguien más, o que están recibiendo ayuda económica de alguien perteneciente a su comunidad. Muchas tenemos experiencias que compartir sobre cómo en estos meses hemos mandado dinero a nuestras madres, amigas, vecinas, hemos comprado cosas en vez de ahorrar porque queremos apoyar a quienes las venden, hemos participado en tandas, o cooperado con despensas para la iglesia de nuestra adscripción, etc. Lo que me pregunto es si más allá de lo anecdótico podemos reposicionar estas prácticas económicas, que han sostenido a las comunidades cuando entran en vigor medidas de austeridad, como un punto de partida para pensar en una economía distinta en la que el bien común y la sobrevivencia colectiva orienten nuestros esfuerzos y trabajo. Esto requiere un acercamiento de los feminismos a los sectores populares, que son mayoritarios, y cambiar la manera en cómo vemos a estos sectores: no como simples receptores de política púbica, sino como agentes que activan mecanismos solidarios y creativos de sostenimiento de la vida.
III. La sostenibilidad de la vida
Para finalizar, me parece que estos dos puntos convergen justamente en un concepto que desde la economía feminista se ha desarrollado hace varios años: la sostenibilidad de la vida, y cómo esto puede ser un marco de acción que se trate, precisamente, de poner la vida al centro. ¿Cuáles vidas? Todas, pero para llegar a ese todas tenemos que empezar por asegurarnos de que se sostengan las vidas que hasta hoy han sido menos sostenidas. No se trata de empezar por las vidas que siempre han estado al centro y desde ahí tratar de mover los márgenes para que se incluyan otras, sino de un cambio radical de perspectiva que ponga las vidas que menos se han sostenido al centro, y a partir de ahí reorganicemos las estructuras sociales como sea necesario.
La sostenibilidad de la vida se trata de cambiar de perspectiva no sólo en éste sino también en otros temas, por ejemplo: no sólo queremos conciliar los espacios laborales y familiares: queremos colectivizar el cuidado, no sólo mediante políticas públicas de cuidados, sino también mediante el cuestionamiento de la idea de familia nuclear heterosexual. No sólo queremos que se creen más empleos, sino que queremos trabajar menos horas, o incluso no trabajar, sin que eso ponga en riesgo nuestro derecho a existir. No sólo queremos que la reproducción sea tan valorada como la producción: queremos que la producción esté supeditada a las necesidades de la población, otra vez, poniendo al centro la población que hasta ahora ha sido menos sostenida. No sólo queremos que las mujeres tengan poder dentro del capitalismo: queremos que la articulación de la lucha feminista con otras luchas contribuya al poder colectivo para cuestionar este sistema y para crear uno más justo, con más libertad, autonomía y goce.
Si lo que he expuesto hasta ahora parece demasiado utópico e irrealizable, dejo aquí algunas consignas que no abarcan todo lo que he mencionado, pero que sin duda ayudarían en el camino: ingreso básico universal, sumado a universalidad en los servicios públicos de salud, vivienda y educación; sumado a reconquista de derechos laborales. Estas propuestas pueden ayudarnos a pensar y organizar una sociedad que ponga la vida al centro porque implican una reorganización de los capitales, y cubren a sectores en los que las mujeres son quienes asumen el mayor peso de la explotación, la violencia y la sobrevivencia. Además de esto, es indispensable que haya AGUA PARA AYUTLA, MUNICIPIO QUE LLEVA MAS DE MIL DÍAS SIN ESTE DERECHO.
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