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Natalia Flores

Repensar la economía desde el feminismo

(ponencia presentada en el evento "Giro de tuerca a la economía: una lectura desde el feminismo" organizado por el Instituto Politécnico Nacional)



El título de mi plática con ustedes esta mañana es Repensar la economía desde el feminismo. Lo que quiero decir con esto es que el feminismo como movimiento social, como ideología política y como un conjunto de teorías y categorías para explicar la realidad representan un espacio desde el que podemos poner en cuestionamiento las ideas que tenemos sobre qué es la economía, cómo funciona, cuál debería de ser su objetivo y cuál es nuestro papel como economistas en la realidad social que habitamos.


Para pensar en esto, primero quisiera que pensáramos en el feminismo justo como un movimiento colectivo que desde hace muchos años se ha preguntado por cómo es que se generan condiciones de injusticia y desigualdad entre hombres y mujeres en primer lugar, pero también considerando que el género no es sólo si somos hombres o mujeres, sino también cómo otros ejes de jerarquía nos atraviesan, de manera principal la clase social y la raza. El feminismo ha propuesto que todos estos factores se ponen en juego en nuestra vida cotidiana, y condicionan la forma en que vivimos nuestras identidades de género y la forma en que vivimos en general: las expectativas que se tienen sobre nosotras, el tipo de trabajo al que podemos acceder, las decisiones que podemos tomar sobre nuestro cuerpo y sobre nuestra vida. El feminismo se ha propuesto transformar esta realidad, es un movimiento de transformación y de cambio que se plantea que la acción colectiva nos puede ayudar a crear mundos en los que vivamos de maneras más libres y también más justas.


Como economistas ustedes se preguntarán qué tiene que ver la economía con todo esto, sobre todo cuando estudiamos esta ciencia y a veces se nos enseñan ideas como la siguiente:


  • Que el sistema económico se basa en intercambios racionales en los que no hay relaciones de poder. Se nos dice que todos los sujetos y actores económicos entran en igualdad de condiciones a los mercados y que ahí toman sus decisiones económicas con base en el principio de racionalidad.

  • Se nos dice también que todo lo que esté fuera del mercado no es relevante para la economía, sino que representa una externalidad, algo que sucede en otros espacios de la realidad (como la sociedad o la cultura) pero que la economía no tiene nada qué ver con eso.

  • Se nos dice también que la meta de la economía es responder a las preguntas de qué producir, cómo producir, para quién producir, todo esto en un marco de necesidades ilimitadas y de recursos escasos. La meta principal del mercado es coordinar los intercambios de los actores económicos en un marco capitalista en el que al final la acumulación de recursos es una meta legítima socialmente.

  • Por estas razones, hay elementos que constantemente quedan fuera de la economía, por ejemplo las discusiones políticas, el cuerpo, las emociones y las subjetividades. Se nos plantea que estos conceptos pertenecen a otras disciplinas “menos objetivas” que la economía, por ejemplo la sociología y la antropología, y que por lo tanto no tienen por qué ser parte de lo que aprendemos en las aulas o de nuestro ejercicio profesional.



Desde hace varios años la economía feminista se ha propuesto repensar la disciplina económica a partir de los principios del feminismo, es decir, preguntándose por cómo es que el sistema económico interactúa con el género y con las desigualdades de género. Para hacer esto las economistas feministas plantean diálogos interdisciplinarios, pues aunque el género tiene componentes sociales y culturales, también tiene una dimensión material y económica muy importante. Esto quiere decir que el sistema económico es parte de las relaciones de género, que les da forma de cierta manera, pero también quiere decir que las relaciones de género son parte del sistema económico: que éste no funcionaría como funciona si no dependiera de relaciones jerárquicas entre hombres y mujeres.


La economía feminista, por lo tanto, no se trata únicamente de analizar cómo es que hombres y mujeres tienen diferentes comportamientos y posiciones dentro de la economía. Este enfoque lo vemos por ejemplo en análisis e investigaciones sobre las brechas de género, la disparidad salarial, la segregación ocupacional, etc. Aquí lo que predomina es un enfoque comparativo que mide estas diferencias entre hombres y mujeres en las que, como sabemos, a menudo las mujeres se encuentran como grupo en posiciones de mayor desventaja. Aunque esto es importante lo que quiero comunicarles es que la economía feminista va más allá de eso: cuestiona todo lo que entendemos por economía y las ideas básicas de la disciplina.


Por ejemplo, ha sido importante para la economía feminista hacer visible cómo es que el mercado no es un mecanismo neutral en el que todas y todos participamos en igualdad de condiciones.


El mercado tiene al menos dos formas en las que interactúa con las desigualdades sociales: en primer lugar, podemos decir que esas desigualdades sociales se crean en interacción con el mercado: las relaciones económicas siempre han sido relaciones entre grupos de personas que tienen diferentes posiciones en las jerarquías sociales; quienes interactúan son hombres, o mujeres, de cierta clase social, con ciertos recursos, de cierta raza, etc. Históricamente las relaciones económicas han sido relaciones de poder. En segundo lugar, el mercado reproduce esas relaciones desiguales y así, permite que las desigualdades continúen en el tiempo y se acumulen. En el caso de la economía feminista esto es relevante porque se plantea que las relaciones económicas son parte de las relaciones de género; por ejemplo, que la economía de los hogares se organice a partir de la familia nuclear heterosexual y que sean las mujeres quienes estén a cargo del cuidado de la familia es una forma en la que la economía estructura las relaciones de género.


Por otra parte, el mercado reproduce estas desigualdades a partir de ciertos mecanismos como por ejemplo que las mujeres, cuando entran al mercado laboral, estén en desventaja con los varones precisamente por esta responsabilidad del cuidado de los hijos e hijas. Como habíamos dicho, el mercado permite que esas desigualdades se acumulen; por ejemplo, podemos pensar en mujeres de diversa clase social que entran al mercado de trabajo: para quienes más recursos tienen será posible pagar a otra persona para el cuidado de sus hijos, o hijas, o para que haga el trabajo doméstico y de cuidados, etc., mientras que para una mujer de clase trabajadora se acumularán las desventajas de género y de clase: esa mujer tendrá acceso a ciertos trabajos y, además, seguirá a cargo del cuidado de su familia (o bien, su familia recibirá menos cuidados).


Lo que quiero decir con esto es que el mercado no es un mecanismo neutral sino que, por el contrario, es una forma de organización social que por sí misma tiende a la reproducción de las desigualdades y de las jerarquías sociales. Por ello, desde la economía feminista se plantea que estudiar las relaciones de poder, y cómo éstas se crean y se reproducen en los intercambios económicos debería ser parte vital de la disciplina económica.


Otra de las ideas que la economía feminista ha puesto en cuestión es la de que sólo puede ser considerado trabajo lo que pasa por el mercado de trabajo, es decir, lo que se intercambia por un salario. Como sabemos, en la visión predominante de la disciplina económica se considera trabajo toda actividad que se realice en el mercado laboral en donde hay un intercambio: las y los trabajadores ofertan su mano de obra y a ello corresponde una remuneración económica. La economía feminista ha ampliado la definición de lo que consideramos trabajo, para incluir actividades que no se negocian en el mercado laboral y que no son remuneradas. Esto es, la economía feminista ha defendido la idea de que todas las actividades domésticas y de cuidados, que se realizan en los hogares y que contribuyen a la sobrevivencia y el bienestar del grupo familiar, son también trabajo. Actividades como cocinar, lavar la ropa, limpiar el hogar, cuidar y educar a los hijos e hijas, hacer la compra, lavar los trastes, entre otras actividades necesarias para que la familia pueda participar en la vida pública no habían sido analizadas dentro de los marcos conceptuales del trabajo sino hasta que la economía feminista lo planteó de esta manera.


Esto representa una reconceptualización del trabajo, así como una apuesta radical para entender estas actividades en su vínculo con las jerarquías sociales. Cómo nombramos las cosas es importante porque eso nos permite entender esas cosas de cierta manera y no de otra. En este caso, a esas actividades domésticas y de cuidados, que históricamente han realizado las mujeres, se les consideraba socialmente como actividades que se hacían por amor o responsabilidad y que, por lo tanto, debían ser analizadas desde ese marco. Una mujer que se casa y tiene hijxs debe expresar su amor/responsabilidad/identidad a partir de esas tareas: de dedicar su tiempo al cuidado, de cocinar, de asegurarse de que el hogar esté limpio y de que los integrantes de la familia tengan cubiertas sus necesidades cotidianas mas elementales. La economía había hecho eco de esta idea al considerar estas actividades como irrelevantes en el análisis de la disciplina, y como una preferencia de las mujeres: las mujeres no trabajan porque, por cuestiones sociales y culturales, ellas reciben más utilidad o placer de realizar actividades domésticas y de cuidados para sus familias y dedicar menos tiempo al mercado laboral. Cómo y por qué es que las mujeres toman esa decisión se considera, nuevamente, algo externo a la economía.


La economía feminista ha cuestionado esta idea y ha nombrado todas esas actividades domésticas y de cuidados como TRABAJO a pesar de que no se intercambian en el mercado. Llamarlas trabajo nos permite desvincularlas del amor/responsabilidad/identidad, y discutirlas a partir de otros referentes. Por ejemplo, cuando discutimos sobre el trabajo podemos discutir sobre la remuneración de ese trabajo, sobre la relación que hay entre el trabajo que se realiza y la clase social, sobre la relación que existe entre trabajo y explotación, o entre trabajo y desigualdades. Por lo tanto, cuando llamamos a las actividades domésticas y de cuidados trabajo doméstico y de cuidados, lo que estamos afirmando es que hay un vínculo entre realizar estas actividades y las jerarquías sociales.

Más aún, la economía feminista ha planteado que estas actividades no sólo son trabajo, sino que son un tipo de trabajo muy particular que permite el funcionamiento del mercado laboral y, con ello, de todo el sistema económico capitalista. Es decir, para que el mercado laboral exista en la forma en que lo conocemos (con hombres y mujeres intercambiando su fuerza de trabajo por un ingreso), es necesario que exista esa otra esfera del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, privatizado, y organizado a partir de vínculos familiares. Por lo tanto, la economía implica el análisis de cómo es que se relacionan esas dos esferas: la del trabajo doméstico y de cuidados, y la del trabajo productivo remunerado. Lo que es importante enfatizar es que ambas esfera forman parte indispensable del sistema económico, por lo tanto una economía que sólo considera el trabajo que pasa por el mercado y deja fuera todo el trabajo doméstico y de cuidados es una visión incompleta y sesgada.


Finalmente, y tomando esto como partida para cuestionamientos más amplios del sistema económico, la economía feminista ha desestabilizado la idea de que la meta social más importante es la gestión de la escasez. Nos hemos preguntado a quiénes sirve el discurso de la escasez de recursos y si esto es verdaderamente así, sobre todo en un sistema en el que esa escasez convive con la acumulación. Nos hemos preguntado escasez para quién y abundancia para quién. La economía feminista ha planteado una alternativa a esto, sugiriendo que es posible construir un sistema económico que esté basado en la sostenibilidad de la vida, es decir, que ésta sea la meta principal de nuestros intercambios económicos. Esto implicaría una reorganización del trabajo, priorizando aquellas actividades que nos permiten sobrevivir y existir en condiciones de bienestar; en este sentido, los cuidados cobran un papel principal y pasarían de estar en el margen del sistema económico a ser más bien el centro: ¿cómo se vería una sociedad en donde todas y todos tengamos el derecho a recibir cuidados a lo largo de nuestra vida, sin que estos cuidados estén gestionados a partir de jerarquías de género y clase? ¿Cómo pensaríamos en una economía en donde también se cuide al planeta y a los seres vivos no humanos?


Creo que en el mundo de hoy, donde presenciamos una creciente preocupación por el cambio climático y por la forma en que esté afecta desproporcionadamente a poblaciones marginales; en donde estamos siendo testigos de un genocidio que pasa frente a nuestros ojos sin que los gobiernos o los organismos multilaterales sean capaces de intervenir; en donde el futuro parece un lugar oscuro y cada vez más restringido en sus posibilidades, la economía feminista nos invita a recuperar la esperanza mientras enarbolamos esta demanda colectiva: queremos una economía basada en la sostenibilidad de la vida pero, para crearla, es necesario que reconozcamos de qué forma los sistemas económicos son sistemas basados en acuerdos colectivos que han sido creados, que son históricos y que, por lo tanto, pueden ser de otras maneras.

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