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Natalia Flores

De perrhijos, amores y bendiciones.

Updated: May 13, 2022

A propósito del reciente 10 de mayo, varias mujeres sin hijes expresaron que hay otras formas de maternar, por ejemplo teniendo perrhijos, o dando a luz libros u otros proyectos. Luego, como siempre pasa en redes sociales, mujeres que son mamás de niñxs expresaron molestia frente a esa especie de maternidades impostoras, usurpadoras de protagonismos, gandallas de la categoría.


A mí todo esto me parece fascinante porque combina temas que me interesan muchísimo: los discursos, las identidades femeninas, los cuidados. Y, por supuesto, la forma en que todo eso forma parte del capitalismo como sistema de opresiones e injusticias. Soy muy mala para hacer hilos en tuiter, y tampoco me interesa mucho ‘debatir’ sobre esto, así que mejor quise escribir esto para ir jalando hilitos de la madeja. Y para que, con la madeja menos enredada, esos hilitos nos sirvan para construir otras realidades.



Los efectos discursivos de tener un perrhijo


¿A quién le afecta que una mujer afirme que tiene perrhijes? ¿En qué sentido eso tiene efectos negativos sobre alguien, algo y, particularmente, sobre las vidas de las mamás de niñas y niños? ¿A quién le afecta que alguien sienta este afecto, y use el lenguaje de manera metafórica para expresarlo?



(Aquí déjenme hacer un paréntesis medio odioso pero que tengo que decir: es una metáfora, morras. Por supuesto que ninguna de las mujeres que dicen tener perrhijos ignora que no estuvieron en su vientre, que no son humanos, que no los amamantaron y que no los tienen que llevar a la escuela y dejarles una herencia. Es un poquito condescendiente debatir el punto recurriendo a la literalidad de “claro que no es lo mismo porque nunca estuvo dentro de ti”. Es, insisto, una metáfora, y las metáforas históricamente se han usado para expresar precisamente los afectos, ¿se acuerdan de esa clase de español sobre la canción “muñequita linda de cabellos de oro, dientes de perla y labios de coral”? Bueno, pues eso).


Volviendo a la pregunta de a quiénes afecta y cómo, la verdad es que afirmar que un perro puede ser maternado tampoco es precisamente inocente, pero en esta vida nada es inocente, mucho menos cuando del lenguaje se trata. Tiene lo que podemos llamar “efectos discursivos”. Que una mujer diga tener un perrhijo no afecta a nadie legalmente, económicamente, institucionalmente (vamos, nadie está pidiendo que un perro dé acceso a los por otro lado muy magros derechos asociados a la maternidad). ¿Pero qué hace esta frase discursivamente? Pienso en por los menos dos puntos:


  • El más expresado por las mamás de niñas y niños: invisibiliza y con ello desvalora el trabajo de cuidar humanes. Es verdad que hay afectos, cuidados y esfuerzos de por medio, pero cuidar a las infancias es un trabajo de proporciones mucho mayores que cuidar a un perro. Exige más sacrificios, está atravesado por injusticias. La maternidad (de niños y niñas) está en medio de disputas políticas que son totalmente ajenas a cuidar a un perro: desde el derecho a decidir, la atención médica en el parto, hasta las madres buscadoras de hijos e hijas desparecidos. En ese sentido, el efecto discursivo es intentar una homologación imposible, o que sólo es posible si la maternidad de niños y niñas se entiende en su dimensión más superficial.


  • El que a mí más me interesa: si ponemos todas las prácticas de cuidado bajo el mismo techo, entonces no podemos ver cómo cada una de ellas tiene un papel distinto en la reproducción del capitalismo. El capitalismo aceptará gustoso que existan mujeres que tengan perrhijos, porque en eso hay un nicho inmenso para incentivar el consumo: tu perrhijo necesita servicios, accesorios, que además lo consientas y le hagas una fiesta de cumpleaños o le compres un pastel. Pero el capitalismo necesita que las mujeres hagan trabajo de reproducción social no pagado para que el propio sistema pueda sostenerse, y éste es el trabajo de cuidar a las futuras generaciones y de reponer las fuerzas vitales que se consumen en el proceso de producción. Esto, la reproducción social, es una tarea que sólo está referida a los humanos, porque son sólo los humanos quienes se convierten en mano de obra encarnada. La asociación entre maternidad/reproducción social/capitalismo es un vínculo super específico que queda borrado discursivamente si pensamos que todos los cuidados son iguales.


Así, tenemos que el uso de la metáfora no afecta a nadie personalmente (no es un ataque a las mamás de niños y niñas, ni quita derechos, etc)., pero sí tiene efectos discursivos que, de alguna manera, nos impiden pensar de formas más políticas sobre la maternidad.



Lo efectos discursivos del Amor Verdadero y La Más Grande Bendición



Ya que analizamos poquito una frase de las tensiones entre mamás de niñxs y de perrhijes, propongo ahora el ejercicio de analizar una de las frases más comunes expresadas por mamás (y medios de comunicación, y todo el aparato celebratorio del 10 de mayo): que ser mamá es la bendición más grande que una mujer ha recibido (puede recibir, o en mensajes más personales como “mis hijos lo mejor de mi vida”) o, en su versión más laica, que los hijos son el verdadero amor (insospechado y hasta antes desconocido).






Los efectos de estas frases en la vida de las mamás (de niñas y niños):


Si los hijos son el superlativo del amor, de la bendición, de las cosas buenas que pueden pasar en la vida, de ahí se deduce que todas las otras cosas en la vida de una mamá deben estar subordinadas a ésta. No hay nada más importante en esta vida que el amor, y los hijos son su encarnación, ergo: no hay nada más importante que los hijos. Pero ya vimos en el otro ejemplo que este amor sólo se concreta en ejercicios de opresión, en beneficio del sistema capitalista (y racista y patriarcal). Que la maternidad, los hijos, sean el epítome de la experiencia femenina, confiere a la maternidad el carácter de lo que Sara Ahmed llama “objeto feliz por excelencia” y, como ella explica, ¿qué puede ser más eficaz para mantener a una persona en una situación de injusticia, que convencerla de que esa situación es al mismo tiempo la fuente de la Felicidad?


Y ojo aquí, que no estoy diciendo que no haya en efecto mucho gozo, amor, y placer en cuidar a niños y niñas. Lo que estoy diciendo es que esas frases ocultan la relación de opresión entre maternidad/mujeres/trabajo reproductivo/capitalismo. Como dice la popular frase feminista “eso que llamas amor es trabajo no pago”. Yo diría que es las dos cosas y por eso es tan difícil separar los hilos de la madeja: es amor Y trabajo no pagado. Es amor Y explotación. Pero con estas frases la parte de la explotación queda fuera, y nos quedamos sólo con la parte del amor.


Y si nos quedamos sólo con la parte del amor pues, sinceramente, es imposible imaginar otras formas de cuidar fuera del vínculo maternidad/explotación/capitalismo. Si la maternidad es la experiencia más reveladora, más especial, más ‘umbral’ en el sentido de que constituye un auténtico rito de paso, entonces, amigas, es obvio que nadie querrá renunciar a ella… aunque implique lo que implica (la soledad, el sufrimiento, las injusticias). ¿Sería posible experimentar el Verdadero Amor si los cuidados se organizaran de otra forma? ¿Si las mamás no fueran las principales o únicas cuidadoras? Absolutamente no: el amor y las bendiciones son (en este sistema capitalista) un asunto meramente privado, individual. El verdadero amor que se siente por los hijos no se sentiría de la misma manera si esos hijos fueran de todas, si la maternidad no fuera un ejercicio individual. Es la experiencia que, en lo individual (y en lo colectivo, con otras mamás) confiere significado a la existencia personal. Y no sólo significado, sino EL significado. Si esta experiencia se transformara, si fuera de otras maneras (si viviéramos en sociedades donde la palabra ‘mamá’ ni siquiera existiera) sentimos amenazadas el propio núcleo de la identidad. Ni lo podemos ni lo queremos imaginar.


Los efectos de estas frases en la vida de las no-mamás


Si los hijos son el amor más grande, el epítome de la experiencia humana (al menos femenina), lo mejor que puede pasar en la vida de alguien, la fuente de los aprendizajes más signficativos y transformadores, entonces es claro que quienes no son mamás son seres en falta, signadas por la carencia. Pueden tener otros vínculos, otras bendiciones, otros amores (pueden amar, sí, a perros, gatos, proyectos, experiencias, a sus amigas y sus parejas, a sus plantas y sus tesis), pero esos amores son amores de segunda, ni tan verdaderos ni tan grandes, ni comparables con el amor de una Mamá (¿se ve aquí que es un argumento super cercano al de “jamás será lo mismo tener un perro que un hijo”, pero en su variante conservadora? No porque cuidar a un hijo implique más explotación que cuidar a un perro, sino porque cuidar a un hijo es mucho más especial y significativo que cuidar cualquier otro vinculo).


Ya se entiende también por qué la tentación o necesidad de recurrir a las metáforas maternales para describir los afectos. Si los hijos son el Verdadero amor, esto quiere decir que para que otros amores sean legítimos (el amor a perros, plantas, etc) tienen que parecerse al que, nos dicen, se siente por los hijos. Pero entonces, cuando se hace este símil, pasa lo que ya dijimos en la otra sección (despolitización de la maternidad) y, así, termina reforzándose un sistema que jerarquiza los afectos, que legitima ciertos amores (y la legitimación siempre implica des-legitimar lo que queda fuera). Esto es lo que llamamos una 'trampa discursiva': no hay salida, es un círculo vicioso dolorosísimo para mamás y no -mamás (ambas sienten negadas sus experiencias) que termina, a fin de cuentas, reforzando el sistema que requiere la maternidad capitalista como proyecto de vida hegemónico para las mujeres.


(Lo que se me ocurre es que para salir de esta trampa es imperativo dejar de jerarquizar el amor y las experiencias. Aceptar que el amor es una fuerza hermosa que lo mismo puede sentirse por un humano con quien existe un vínculo biológico, que por un humano con quien eso no existe, que por un ser de otra especie o por un objeto más abstracto. Que experiencias transformadoras hay muchas, y todas son válidas y valiosas. El problema es que aceptar esto implica posicionar el amor maternal como una más de las formas de sentir amor, y no como LA Forma Más Verdadera de Sentir Amor. Y ya vimos que, como esa idea es constitutiva de identidades, no queremos dejarla ir. Lo dicho: es una trampa discursiva)



Conclusión (jajaja perdón, no puedo evitar ser ñoña)



Espero que se haya entendido un poco que los discursos son parte de los sistemas, y que los sistemas (de dominación, explotación y opresión como el capitalismo) tienen lógicas que les permiten reproducirse a lo largo del tiempo con la cooperación (voluntaria e involuntaria) de las personas que los habitamos. Todas pensamos, sentimos y decimos cosas. No es una afrenta personal a mí, mujer sin hijos, que alguien cercana exprese que sus hijos son el amor más grande; ni es una afrenta personal a las mamás de niñas y niños que una mujer sin hijes exprese sus afectos por medio de metáforas maternales. Sin embargo, esos discursos sí que forman parte de los engranajes que impiden cuestionar la maternidad como una estructura de opresión. Está bien cabrón decirlo y pensarlo porque, como dije, no es sólo trabajo no pagado, también es gozo, también es amor, también hay cosas muy hermosas en dar cuidados. La gran pregunta es, ¿cómo organizar esos cuidados, con sus dolores y placeres, en formas colectivas? Para llegar a eso es necesario desplazar la maternidad como eje fundante de las identidades femeninas. Apuntalar discursos que realmente logren subvertir el orden injusto en que vivimos (ni el discurso de los perrhijos, ni el discurso del Amor Verdadero logran esto). Entender que todas nuestras prácticas de cuidado (ahí sí todas: cuidar a una niña, a un animal, al planeta, a una persona anciana….) implican una lógica antagónica a la acumulación capitalista. Pero si no somos conscientes de esto terminamos, sin querer, repitiendo discursos conservadores sobre el cuidado, sobre la maternidad, que nos separan y crean falsos antagonismos, y que nos hacen pensar que nuestras identidades, lo más querido y valioso para nosotras, sólo puede suceder en el actual contexto, imposible cambiar, para qué.





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