En 2016, durante mis primeros meses en Pretoria, el país se encontraba en medio de una de las movilizaciones sociales más importantes luego del fin del apartheid. Los estudiantes organizados paralizaron las universidades de Sudáfrica bajo una exigencia justa y digna: educación superior gratuita y decolonial. Este texto es parte de un artículo que escribí para CLACSO sobre luchas decoloniales en el Sur Global.
El movimiento Fees Must Fall lleva ya varias semanas activo en la Universidad de Pretoria. Un poco más lento que sus contrapartes en las universidades de Cape Town o de Witswaterswaand en Johannesburgo, en esta ciudad ultra rica, blanca y conservadora de Sudáfrica, los estudiantes han salido también a las calles, tomado la Universidad, y ahora se encuentran en uno de los momentos clave: siguiendo lo planteado por FMF a nivel nacional, el movimiento en esta ciudad ha cerrado el campus.
Estamos a principios de noviembre de 2016, la época de fin de semestre, de las últimas clases y los exámenes finales. La administración de la Universidad se ha negado a entrar en diálogo con los estudiantes: en vez de eso, su respuesta ha sido suspender actividades en el campus e implementar un sistema de educación en línea para terminar las materias y entregar los ensayos finales. La comunidad estudiantil, aunque dividida, continúa apoyando de manera importante a FMF, aunque todos se preguntan quién será el primero en ceder: los estudiantes en huelga han dicho que no van a presentar los exámenes finales, las autoridades universitarias declararon recientemente que quienes no aprueben las materias no podrán reinscribirse el siguiente ciclo escolar: las reglas son las reglas, y son inamovibles. El resultado es un clima de indignación, aunque también de miedo. En este contexto, los líderes del movimiento han convocado a una reunión extraordinaria: toda la comunidad estudiantil ha sido invitada, también padres de familia, docentes, cualquier persona que quiera participar en el debate y decidir el siguiente paso del movimiento en colectivo.
La cita es a las 3:00 de la tarde en las instalaciones de Elim Gospel Church, una iglesia protestante de denominación independiente que se encuentra cerca del Campus principal de la universidad. Yo tengo pocos meses viviendo en Pretoria, para mí todo resulta aún nuevo, desconocido, ajeno. Quizás por eso lo primero que llama mi atención es que esta reunión, con eminente carácter político y combativo, tenga lugar en una iglesia. No ignoro que en México - mi país - la iglesia ha jugado también un importante papel en la resistencia de los pueblos, particularmente a través de la teología de la liberación. Pero recordar mi participación en los movimientos universitarios de los últimos años en México (#132, o las protestas luego de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas en Ayotzinapa) resalta el extrañamiento frente a esta asociación de movimientos sociales y adscripción religiosa.
El pulso entre los participantes se siente distinto esta vez, menos festivo y más ansioso que en las reuniones previas a las que he acudido. Abundan las miradas de preocupación, hay un aire de gravedad que contrasta con la despreocupación y festividad de las marchas y reuniones anteriores. Es claro que esta vez el movimiento está por cruzar una línea, que está empujando demasiado, que hay algo a punto de decidirse: hacer historia, quizás, o arriesgarlo todo y perder el semestre, ¿el año? ¿la posibilidad de tener un título universitario? Los integrantes del Comité de decisión de FMF Pretoria llegan y se encierran primero en un pequeño cuarto junto al auditorio. Me coloco junto al grupo de reporteros que los esperan fuera de ese espacio, y alcanzo a ver que no están discutiendo sino orando: tomados de las manos, una de ellas lidera una potente plegaria en la que pide a Dios que les dé sabiduría, que los guíe, que no se olvide de que son su pueblo.
Salen con rostros serenos, decididos, y caminan hacia la mesa que ha sido colocada en el auditorio. El bullicio que reinaba hasta hace unos momentos va calmándose, los grupos que se habían formado en la espera para platicar, discutir, cantar, dejan de hacer lo suyo y se preparan para recibir al comité. La elegida para dirigir esta reunión es una de las integrantes, muy joven (no más de 22 años), estudiante de licenciatura en derecho. Tiene puesta una diadema africana de colores brillantes. Se para frente a la multitud, pide silencio diciendo varias veces que ‘Amandla’, a lo que el público debe responder ‘awethu’1, saludo que repite hasta que las últimas conversaciones se han apagado y, ahora sí, todo mundo está concentrado en el estrado.
La reunión empieza con uno de los líderes haciendo un recuento del movimiento y del momento actual. Lo que ahora esperan decidir es si continuar con el paro universitario, o si regresar a las aulas a presentar los exámenes finales. Se abre el espacio para quien quiera expresar sus puntos de vista y opiniones, ya saben las reglas: que sea breve, que no se trata de pelearnos entre nosotros, que el enemigo está ahí afuera, no aquí adentro. Antes de que termine de hablar ya hay varias manos levantadas.
Poco a poco hombres y mujeres empiezan a externar sus opiniones. Hay quienes se preguntan qué pasará si no presentan los exámenes, otros apuntan a que la universidad no puede reprobar a todos sus estudiantes, el reto entonces es permanecer unidos y que de verdad nadie se presente. Se dice que hay que hacer más presión hasta que las autoridades universitarias reciban el pliego petitorio y se comprometan a hacer un plan para que la educación sea no sólo gratuita, sino también decolonial. Alguien pregunta qué quiere decir eso de decolonial, que él es estudiante de veterinaria y apoya el movimiento porque no puede pagar más las cuotas, pero que siente que los compañeros del comité central hablan sin que nadie los entienda. La sinceridad y desfachatez del comentario despierta varias risas, varios movimientos de cabeza, cierto bullicio. La chica que está dirigiendo la reunión toma el micrófono, pide silencio, que recuerden las reglas. Amandla. Amandla, Amandla. Cuando el ruido disminuye otra compañera de entre las asistentes pide responder a la pregunta sobre la descolonización: habla de la universidad como un espacio construido para garantizar la supremacía blanca en el país, en donde se sigue enseñando que la población negra no tiene ninguna relevancia ni ha aportado nada al conocimiento, “we are not allowed to be”, dice, y varios sonidos de aprobación la respaldan. Alguien más toma la palabra y dice que son ellos quienes tienen que pelear esta batalla, porque ¿dónde están aquí los compañeros blancos que comparten aulas con ellos? Invita a voltear alrededor. Es cierto: no hay ni una sola persona afrikáner entre los más de 80 asistentes, composición demográfica que sigue el patrón de las reuniones y marchas anteriores.
Las intervenciones se prolongan por casi tres horas, son pasadas de las 6 de la tarde y empieza a oscurecer en esta parte del mundo. Los estudiantes se notan cansados, es cada vez más difícil que quienes quieren hablar logren captar la atención del público. El final de la reunión está cerca, y aún no se logra consenso sobre qué hacer a continuación. Algunas personas empiezan a recoger sus cosas e irse, la moderadora pide un poco de paciencia, estamos por concluir, sólo esperen un poco más. Una ronda más de intervenciones. Varios asistentes se quejan, otros aplauden, otros levantan la mano con la esperanza de estar entre las últimas voces del día.
El siguiente en hablar es un señor de aproximadamente 60 años. Al principio pienso que se trata de uno de los docentes que están apoyando el movimiento, pero no es así. Dice ser el padre de Rassie, uno de los líderes de FMF que fue encarcelado a raíz de la última protesta, y que aún se encuentra en prisión esperando que pase el tiempo reglamentario antes de poder ir a juicio, puesto que no alcanzó libertad bajo fianza. El público responde con un respetuoso silencio: las quejas, el bullicio, las salidas a fumar, son interrumpidas por los minutos en los que se extiende la participación. El padre de Rassie habla de sus días como militante antiapartheid, se identifica con los estudiantes: dice que entiende el cansancio, la frustración, el miedo. “No se den por vencidos. Estoy orgulloso de mi hijo, estoy orgulloso de todos ustedes porque son mis hijos”. Empieza a contar la historia de Moisés en el desierto: enfatiza las emociones que el pueblo de Dios compartía con esta multitud de estudiantes que están ahora sin saber qué decisión tomar: la desconfianza, el desaliento, las dudas. "Pero no olviden", afirma, "que dios tardó 40 años en guiarlos a la tierra prometida. ¿Y saben qué año es ahora?", "2016", responden algunos. "¿Y saben qué año fue hace 40 años?" El auditorio guarda silencio. "Hace 40 años fue 1976, cuando los estudiantes de Soweto empezaron una de las resistencias más importantes contra el apartheid, y muchos de ellos, apenas niños, fueron masacrados por la policía. Y aquí están ustedes, nuestros herederos", finaliza. Los asistentes aplauden, el bullicio regresa. La moderadora decide que es hora de terminar, es tarde y algunos compañeros están expresando que, de no irse ahora, no alcanzarán transporte público para llegar a sus casas. Antes de ir pide que entonen el himno decolonial, canto que nunca deja de sorprenderme por su solemnidad, por lo que de espiritual intuyo en él, aunque no entiendo lo que dice. Las voces se levantan en este momento único de unidad. Por lo demás, no se ha logrado ningún acuerdo sobre si atender los exámenes o no.
Los estudiantes empiezan a partir ahora en pequeños grupos, aunque algunos permanecen en el auditorio, aun discutiendo. Me encuentro a Lollo, estudiante de drama a quien conocí en una de las reuniones anteriores. Le pregunto su opinión sobre lo discutido el día de hoy, ¿qué piensa ella que deberían hacer a continuación? Me dice que no sabe, por una parte, entiende que el movimiento pelea por una causa justa, importante, más grande que cualquier meta individual. Por otra parte, me dice, “yo soy la primera en mi familia entera en ir a la Universidad. Mis padres están haciendo un gran sacrificio para que yo esté aquí, el título que obtenga no es sólo mío sino, en cierto sentido, de toda la comunidad”. Le pregunto si su familia sabe si está involucrada en FMF, si ha hablado con ellos, si cuenta con su apoyo, si ellos compartirían lo expresado por el padre de Rassie. Contesta que sus padres al principio estuvieron de acuerdo con FMF, pero ahora que el año escolar está en juego le han pedido que deje de acudir a las reuniones y entregue sus exámenes finales. “Estoy dividida”, dice, “sé que esta causa es justa, ¿pero las razones de mis padres no son justas también?”. Caminamos juntas a la salida, y Marista, quien fuera la moderadora de esta reunión, se nos une. La reconozco como la chica que estaba orando antes del inicio de la discusión grupal, y le pregunto que cuál es su impresión de lo que ha pasado esta tarde. Dice que están frente a una decisión difícil, pero que al final Dios abrirá las puertas y moverá los corazones de las autoridades académicas para que esto llegue a una buena solución.
Mi extranjería es ahora más sentida, más encarnada, porque por más que trato de despojarme de mis historias y prejuicios, me resulta difícil empatizar con esta chica tan joven y tan politizada que no deja de hablarme de dios y del papel de dios en el movimiento.
Y así es como entiendo que esta experiencia que hemos tenido hoy, este reunirnos en una iglesia para discutir política y apelar a una justicia divina que está del lado de los pobres y los oprimidos de este mundo, forma parte de un archivo que sólo puede descifrarse a través de las pistas de la descolonización. ¿Podríamos pensar la fe practicada como parte de un archivo viviente mediante el que se explican no pocas opresiones y resistencias en el Sur Global?
En el caso de Sudáfrica el papel de la iglesia y de la fe cristiana ha jugado un papel fundante en las identidades del país. Esta institución, al igual que en otras partes del mundo, se ha encontrado dividida entre un evangelio que profesa el amor al prójimo y el derecho de los pobres, y una estructura política en la que afianzar su posición de privilegio implica en no pocas ocasiones alinearse del lado de los poderosos.
Durante el régimen del apartheid la división al interior de las iglesias cristianas fue incluso más evidente que en épocas anteriores, en las que el país recibió numerosos misioneros de diversa denominación para evangelizar a los pobladores africanos. Aunque incluso durante los años previos al apartheid ya existían iglesias que ofrecían su servicio en inglés, y otras en afrikáans, marcando con esto una división espacial y una segregación de facto entre los creyentes, estas diferencias se hicieron aún más evidentes luego de la llegada al poder del Partido Nacional en 1948. A partir de este año, las iglesias blancas, principalmente la Dutch Reformed Church, jugó un papel primordial en la construcción y afianzamiento de la identidad supremacista de la población afrikaaner. La estrategia discursiva fue dotar al régimen de segregación de una justificación teológica, afirmando que la historia de la Torre de Babel, que habla de la separación entre lenguas (luego: entre razas, según esta interpretación), mostraba la voluntad divina de la separación entre pueblos y de la superioridad de ciertas razas sobre otras. Así, por ejemplo, en 1970 J. D. Voster defendió el apartheid como bíblico.
Sin embargo, iglesias de otra denominación entraron en esta controversia y, frente a las numerosas injusticias y violencia del régimen supremacista, poco a poco fueron obligadas a tomar posturas cada vez más radicales, impulsadas principalmente por los creyentes entre la población negra que, negándose a oponerse a su fe religiosa, encontraron en ésta una fuente de movilización para resistir la violencia ejercida por la población blanca. Uno de los hitos en este movimiento tuvo lugar en 1968, año conocido mundialmente por marcar un punto de inflexión en la imaginación política, dentro de una narrativa en la que pocas veces se incluyen voces marginales, más allá del movimiento estudiantil en Francia. Pero fue también en este año en el que el movimiento ecuménico en Sudáfrica, integrado por diversas iglesias cristianas, publicó el Message to the People of South Africa, en el que afirmaba que el régimen del apartheid era contrario a la doctrina cristiana y que, por lo tanto, el deber moral de los creyentes era apoyar los movimientos de liberación y cambio político.
Esta conjugación entre fe cristiana y compromiso social caracteriza las historias de resistencia en el Sur Global, Sudáfrica dentro de estas coordenadas geopolíticas, puesto que en cierta manera es una subversión del discurso, una resignificación de la fe occidental para apropiársela y a partir de ahí encontrar nuevos espacios y herramientas para la emancipación. Algunos de los más importantes líderes del movimiento anti apartheid, como Steve Biko y Chris Hani, fueron formados en escuelas de misioneros, y abrazaron la fe cristiana durante los primeros años de su vida. Fue mediante esta visión del mundo que pudieron cuestionarse los abusos de los poderosos, aunque en etapas posteriores de su vida encontraron ciertas tensiones entre su identidad cristiana y su identidad como revolucionarios, decantándose en ambos casos por separarse de la iglesia.
Las tensiones entre las iglesias como espacios de resistencia o de reproducción de las relaciones de poder, así como las contradicciones entre la identidad cristiana y la identidad revolucionaria, de origen marxista y anti clerical en no pocas ocasiones, es algo que atraviesa los movimientos sociales en Sudáfrica, y que en esta tarde de 2016 sigue formando parte del archivo de la colonización y de los movimientos por la descolonización en un Sur Global que desafía ser entendido a través del pensamiento dicotómico y requiere, en cambio, una comprensión histórica que apueste por lo híbrido, lo complejo, las posibilidades de resignificación que son al mismo tiempo las historias de las luchas de los pueblos.
Eso es lo que pienso cuando veo los ojos de Marista, cuando la escucho hablar de su fe no como un obstáculo sino como una razón para involucrarse con este movimiento que es justo porque está del lado de los pobres, de los marginales, entre quienes camina un Dios sin techo ni zapatos.
1 Amandla es una palabra en Zulu y Xhosa que significa ‘poder’. Generalmente el/la líder en una reunión política dice Amandla, y el público debe responder con Awethu. El significado sería “todo el poder, a la gente”.
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